August 18, 2008

29 de junio de 2008 + Honesto con Dios + Frank Alton

Salmos 13



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Elie Wiesel, un sobreviviente del Holocausto en Auschwitz, cuenta la historia de un incidente que observó en el Campo de Concentración: “Observé un juicio extraño. Tres rabinos, todos hombres bien educados y pietistas, acusan a Dios por haber permitido a sus hijos ser masacrados. Es una escena increíble, ya que sucedió en un campo de concentración. Pero lo que pasó después fue lo más increíble. Después del juicio en que encontraron a Dios culpable, uno de los rabinos miró el reloj que había logrado preservar y dijo: ‘O, es la hora para las oraciones.’ Y con eso los tres rabinos inclinaron sus rostros y oraron.”

¿Cómo oramos cuando nuestros corazones están quebrantados? Cuando nuestras vidas se han volcado, y Dios no ha hecho nada para prevenirlo? ¿Cómo podemos orar cuando estamos enojados con Dios? Cuando uno en quien hemos confiado ya no parece confiable? Son las preguntas que surgen al escuchar la historia de esos rabinos. ¿Cómo pueden juzgar a Dios en un momento, expresar su dependencia de Dios y ofrecer alabanza y gratitud el siguiente?

Quizás lo pueden hacer porque han orado los Salmos tantas veces. “¿Hasta cuándo, O Dios, me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar angustiado y he de sufrir cada día en mi corazón? Saca tus manos de los bolsillos y sálvanos.” Este es el lenguaje de oración que aprendemos de los Salmistas. Es un lenguaje de lamento y de queja. Casi la mitad de los Salmos hablan palabras de lamento. Pero esta forma de hablar a Dios es a la vez un dialecto del lenguaje de fe. La oración no termina en lamento. Precisamente porque el Salmista se atreve quejarse, puede seguir pidiendo que Dios responda: “Dios mío, mírame y respóndeme.” Puede negociar con Dios: “Ilumina mis ojos. Así no caeré en el sueño de la muerte.” Y después de quejarse y pedir puede alabar y agradar a Dios: “Yo confío en tu gran amor… Canto salmos a Dios, quien ha sido bueno conmigo.”

¿Cómo explicamos el cambio en tono en los últimos versículos? ¿Qué ha pasado? Puede ser un cambio en circunstancias. Pero más probable es que no hay ninguna explicación. El cambio no resulta de un fórmula, como si fuera automático. Viene como una sorpresa, un regalo, la única manera en que viene la gracia de Dios. No lo controlamos. Solo sucede cuando estamos dispuestos arriesgar, ofrecer nuestro ser verdadero a Dios en oración. En medio de las tragedias de la vida, una aleluya surge de las almas de aquellos que lloran, y de los que lloran con los que lloran.

¿Podría ser relevante esta forma de oración para nosotros? Ustedes saben igual que yo que hay miembros de esta iglesia que están enojados o tristes o miedosos o resignados por alguna tragedia que han experimentado.

Una persona ha perdido tres miembros de su familia a cáncer en el mismo número de años. ¿Hasta cuándo, O Dios?

Una madre recientemente tuvo que mirar sin poder hacer nada mientras la migra llevó a su hijo para deportarlo. ¿Hasta cuándo, O Dios?

Una mujer sufre abuso de su pareja y pide ayuda de Dios, pero el abuso sigue. ¿Hasta cuándo, O Dios?

Otros padres y madres están tan alienados de sus hijos que ni se hablan. ¿Hasta cuándo, O Dios?
Algunos miembros lamentan los cambios incómodos en los valores en la sociedad y en la iglesia, mientras otros se decepcionan que los cambios sucedan tan lentamente. ¿Hasta cuándo, O Dios?
Algunas de estas personas ya ni pueden hablar con Dios. Otras viven con depresión porque se sienten tan solas y abandonadas, aún por Dios. Otras sufren ataques de ansiedad y pánico porque viven pensando que otra tragedia va a suceder en cualquier momento. Todavía otras parecen muy fuertes manteniendo su fe en medio de la tragedia.

“¿Hasta cuándo, O Dios, me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar angustiado y he de sufrir cada día en mi corazón?” Este lenguaje de oración que aprendemos de los Salmistas es un recurso para la vida de todos los seres humanos. Todos sufrimos tragedias. Todos pasamos por periodos cuando nada parece tener sentido. Todos hemos clamado alguna vez, “No es justo.” En esos momentos el lenguaje de lamento y de queja nos ofrece una opción saludable- saludable porque a la vez es un dialecto del lenguaje de fe.

Pero casi nunca escuchamos esta voz en la iglesia. ¿Por qué? Será que hemos abandonado los Salmos en nuestra adoración y que ya no estamos convencidos que es apropiado orar así? Queremos ser respetuosos con Dios. Siempre nos han enseñado respetar a nuestros mayores: “No hable así a Dios. No cuestione a Dios.” Pero los salmistas no están de acuerdo. Nunca dudan en expresar su decepción con Dios. Hablan la verdad, y llaman a cuentas a Dios por lo que les ha pasado en la vida. Y terminan expresando su fe en Dios antes de los que no se atreven quejarse.

Algunos dirán que así hablaron en los tiempos antiguos, pero que los seguidores de Jesús se condujeron en otra manera. Pero encontramos la misma dinámica en los Evangelios. ¿Recuerdan la historia de la muerte de Lázaro? ¿Recuerdan la pregunta de Maria y Marta a Jesús? “Jesús, si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto.” A mí me suena muy parecido a, “¿Hasta cuándo, O Dios?”

Muchos cristianos modernos hemos aprendido otra forma de oración. Si fuéramos Maria o Marta hubiéramos dicho algo como: “O Jesús, estamos tan agradecidas que llegaste. Es una bendición, ¿verdad? Lázaro ha muerto, pero está en un lugar mejor” – todo el tiempo quemando con furia por dentro. Pero Maria y Marta llaman a Jesús a cuentas en su cara: “¿Dónde estabas? Te necesitamos; pero decidiste esperar tres días antes de venir. Si hubieras venido cuando te llamamos, nuestro hermano estaría vivo.”

¿Cómo se atreven hablar con Jesús en esa manera? Pueden hablar así porque su queja – igual que la de los Salmistas – es una queja entre personas que se quieren.

La queja no solo funciona cuando se trata del sufrimiento de uno. Personas de fe tras los siglos han cuestionado a Dios en su tratamiento a otros – los pobres, los oprimidos. “¿Hasta cuándo estarán los indefensos sin un defensor, enjaulados con tal que todos les señalan y miran. Imperios de muchachos del barrio. Imperios de familias y naciones. Con astucia los poderosos ofrecen la manzana amarga de promesas vacías cubierta de miel, desnudando al huérfano de su última esperanza.”

¿Cómo podríamos usar este Salmo en las situaciones que vivimos como personas, y como miembros de una congregación donde nosotros y otros sufren cosas semejantes?

“¿Hasta cuándo, O Dios? Nos sentimos olvidados, O Dios.” El abuso rompe nuestra fe. La víctima, nuestra hermana, está sola en su desesperación. ¿Cuánto tiempo tiene que seguir?

O Dios, mírame y respóndeme. Que no diga me enemigo: “La he vencido.” El abusador está ganando. Detenlo, O Dios. No soportamos ver al enemigo de nuestra hermana y de nosotros creer que va a tener éxito.

“Pero yo confío en tu gran amor.” Anhelamos cantar alabanzas y que nuestra hermana vuelva a sentir tu bondad. En lo más profundo confiamos en tu bondad.

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