Mateo 1:18-25
Esta noche celebramos que el regalo más grande de la Navidad es que Jesús vino a ser salvación. Durante la temporada de Adviento vimos la salvación no como una transacción legal para complacer a un dios enojón, sino como una relación sanada. Todo el año contamos historias que revelan la salvación por medio de Jesús al sanar a individuos dañados por el pecado.
No es coincidencia que, habiendo sido anunciado como el que da a conocer a Dios (Jn 1:18), Jesús dedicó la mayoría de su ministerio a sanar a personas. “Dondequiera que él entraba, ponían a los enfermos en las calles y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de su capa; y todos los que la tocaban, quedaban sanos.” (Mk. 6:56) Donde Jesús está presente, hay sanidad. Creo que lo mismo pasa hoy en día.
Es preciso reconocer que la salvación significa sanidad para entender bien la vida y el ministerio de Jesús. Cuando Bartimeo el ciego le grita a Jesús, pidiendo recobrar la vista, Jesús responde, “Puedes irte; por tu fe has sido sanado.” (Mk. 10:52) Por medio de su sanidad fue salvado; al recibir la salvación de Dios fue sanado.
Efesios 2:8 describe la salvación de Dios por la gracia. Si sustituimos la palabra “sanado” por “salvado”, el bien conocido versículo se convierte en, “Por gracia han sido salvados por medio de la fe.” Jesús vino para ganar nuestra confianza para que, debido a su naturaleza compasiva, podría sanar (salvar)nos, así revelando el deseo de Dios para sanarnos, no solo física sino espiritualmente.
Esto importa tanto porque arraigar la sanidad y la salvación en la gracia pone a todo el mundo en el mismo nivel en términos de acceso. Esto fue importantísimo en la iglesia primitiva, donde los Gentiles y los Judios peleaban por posición. Importó en la Edad Media cuando la iglesia trató de vender la salvación. Sigue importando en nuestro mundo donde aceptamos con demasiada facilidad sistemas que hacen que la sanidad sea más accesible a uno que a otros.
Durante los años en que nuestra familia vivía en Mexico invitando a cristianos de los Estados Unidos a experimentar la presencia de Dios entre la gente vulnerable allí, hubo un periodo cuando llevábamos a los grupos a los basureros y al orfanatorio en Santa Fe. Hablaríamos con padres y madres criando a sus hijos en el basurero, enfrentando la infección constante y la amenaza de muerte. En el orfanatorio muchos de los niños estaban descapacitados – o física o mentalmente.
Al final de cada día nos reuníamos para reflexionar y tratar de encontrar sentido en lo que habíamos visto en ese día. Fue un desafio por personas que vivían con muchas comodidades. Recuerdo a una persona tratando de conectar sus mundos, que de repente se estaban deshilachando en las orillas. Dijo, “Parece que algunas cosas son lo mismo si eres rico o pobre. Tener a un hijo/a enfermo/a, o perder a un hijo/a, es la misma angustia para cualquier padre o madre.”
Después de un silencio respetuoso le pregunté al grupo si creían que era lo mismo. Una persona respondió, “No creo. En mi mundo cuando un niño muere uno sabe que ha hecho todo lo que se podía para el niño. Un o ha provisto lo mejore que los doctores pueden ofrecer. En el basurero, cuando muere una niña, los padres saben que es porque no puidieron pagar los pesitos para comprar la medicina para salvarla. Esta me parece una angustia muy diferente.”
Orar por la sanidad significa orar por niños criados en basureros, orfanatorios, hogares urbanos y suburbanos, y por un mundo donde hemos llegado a creer que no hay suficiente sanidad para alcanzar. La sanidad, la salvación y el perdón están íntimamente conectados; cuando Jesús ofrece uno, ofrece el otro y se lo ofrece a todos. Cuando Jesús ofrece la sanidad, va más allá que curar. No es ni fácil ni barato; pero está disponible y es gratuito.